Se despertó con fiebre y un lagarto en la rodilla izquierda. No se sorprendió. Le puso nombre al lagarto, pero lo olvidó a los dos minutos. También le puso nombre al termómetro, aunque nunca llegó a presentarlos. Siempre se le dieron mal las relaciones sociales. Por eso, cuando se cayó de la cama, no pensó en llamar a nadie. Total, no se estaba tan mal en el suelo, y tampoco había nadie a quien llamar. Cuando el lagarto le susurró la temperatura al oído, él sólo quiso fumarse un cigarrillo. Obediente, el perro que había enterrado treinta años atrás en el jardín de su antigua casa le acercó el tabaco moviendo el rabo. Él le respondió con un gruñido; no le gustaba recordar su viejo hogar. Cuando prendió la llama del encendedor, la explosión catapultó a las asustadas palomas hacia el cielo lluvioso y triste de una ciudad abandonada que, finalmente, había quedado en paz. Y él, ardiendo en mitad de su dormitorio, murió con un suspiro resignado.
A la mañana siguiente, se despertó con migraña y una rata en la mano derecha. No se sorprendió. Le puso nombre a la rata pero lo olvidó a los dos minutos...
Pisadas que el tiempo y la lluvia barrerán
y pisotones que quedarán marcados con fuego para que jamás olvidemos.
miércoles, 21 de marzo de 2012
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