martes, 31 de enero de 2012

Volar...

Volar...
Volar rozando con la punta de las alas las lomas otoñales de un país lejano...
Volar notando la velocidad aplastándonos contra el asiento mientras miramos el mundo pasar bajo nuestros pies...
Volar inclinados sin apenas darnos cuenta, despegándonos del suelo, flotando...
Volar sobre la nada y bajo el cielo, entre nubes y relámpagos, de noche o de día, eso es lo de menos...
Volar para después aterrizar, con viento cruzado o en la más absoluta calma...
Y notar cómo el mundo huele diferente allá donde vamos.

martes, 24 de enero de 2012

Puertas cerradas

Lo siento, no sé hacerlo mejor. Me peleo con las sábanas y muerdo dedos invisibles en un estúpido intento por controlar mi vida. Sudo un añejo dolor atemporal y mis múltiples sombras activan olvidadas sinapsis con sus movimientos de marionetista. Por eso tengo miedos que se transforman en pesadillas. Pero en realidad el cambio está cerca, tras cada una de esas puertas cerradas. Por todo eso, y por más cosas que de momento prefiero callar, te pido que me ayudes a abrirlas.

lunes, 23 de enero de 2012

Naranja reseca

El mundo se deshace lentamente, capa por capa, como una naranja reseca. Nuestros ojos no pueden apreciar lo que se mueve a unos escasos diez centímetros por encima de nuestras cabezas. Una nube de ceros y unos, de consciencia volátil e infinita sabiduría; una fina capa transparente de conocimientos y datos creados por y para nuestro bien, o mal, dependiendo de las manos en las que caiga. Un manto que todo lo cubre, modificándolo, enriqueciéndolo, volviéndolo complejo. Una masa informe que no está en ningún sitio y que está en todos los sitios a la vez, eliminando fronteras y cambiando el concepto del tiempo.

Y ahí está ella, saltando con soltura entre las sinapsis de millones de nodos, ahora a trescientos metros, luego a ocho mil kilómetros, yendo y viniendo en nanosegundos sin tener en cuenta las distancias, sólo el contenido. Forjándose una máscara más o menos fiel a la realidad, encontrándose con otras máscaras, con sólo ojos, o sólo narices, o sólo bocas o sólo orejas. Dedos invisibles de marionetista mueven los datos de un lugar a otro, replicando el mismo bit en miles de sitios a la vez, haciendo llegar lo que sea a quien quiera recibirlo. No mandan las leyes del mundo físico en este submundo superior, sino lo que sus paseantes desean y anhelan, creando y rehaciendo conceptos, modelos, ideas. Y ella tiene su propia parcela en ese terreno que en realidad es de todos, seleccionando de arriba y de abajo y de izquiera y de derecha lo que le interesa, delimitando su propio terreno virtual sin vallas, sin muros aparentes, mas los que su mente quiera tener.

No hay sangre en este plano etéreo, no hay hambre ni sed ni dolor, pero sí se desatan guerras. Entonces enormes torbellinos eléctricos se crean por doquier, y mientras come fideos chinos instantáneos ella teme como tantos otros que uno de esos torbellinos la arrastre hacia la nada. Porque la revolución está en otro plano, al menos en el primer mundo. Hay represión y censura y se lucha contra ellas con armas invisibles, y hay piratas sin parche en el ojo que rehacen las reglas, cuales Robin Hood digitales, regalando en la capa de datos, lucrándose en el mundo real. Las masas sedentarias ya no corren por las calles ni cosen con sus manos banderas que ondear en la multitud, pero luchan apoltronados en sofás y camas con impulsos enviados con silicona y coltán. Los conceptos cambian y lo que es malo en un plano, no lo es en el otro; un paso mal dado en uno provoca desastres en el otro, y a pesar de todo siguen separados, sin querer ayudarse mutuamente y aprender, enfadados siempre. Porque en realidad son dos mundos distintos que no se pueden regir por las mismas leyes.

Quizá llegue el día, piensa ella mientras bebe agua embotellada y se seca los labios con una servilleta de papel de colores, en que esa capa fina sobre sus cabezas se desplome y desaparezca, y entonces el mundo volverá a ser como antes, con sus problemas que se repiten y sus guerras sangrientas que nunca acaban. O quizá, y ella prefiere pensar en eso, al fin ese manto sea el que ayude a alzar las mentes físicas para llevarlas a otro nivel de comprensión, para cambiar la forma arcaica en la que funciona todavía el mundo, regido por un sistema echado a perder como una naranja reseca. Y ella querrá estar ahí junto con otros tantos millones de entes virtuales, observando y disfrutando de su creación.

A no ser, claro está, que la eliminen antes.

martes, 17 de enero de 2012

Apagón

Ella dormía cuando se fue la luz en el mundo.

Por eso no pudo evitar que los tomates se pudrieran poco a poco en la nevera. Tampoco vio cómo sus geranios iban perdiendo todos sus pétalos hasta secarse y morir. Las polillas se comieron su ropa y las arañas hilaron telas a su antojo mientras el polvo cubría lentamente las estanterías repletas de libros. Ni las sirenas de las ambulancias ni las hélices de los helicópteros, las explosiones de gas, los llantos de los niños y los aullidos de los perros la pudieron despertar. Más tarde, cuando el mundo quedó en silencio y los pájaros recuperaron al fin el cielo, las raíces de los árboles comenzaron a romper el asfalto de las calles, las olas barrieron las sucias arenas de las playas, los ríos se desbordaron e inundaron pueblos enteros, y la luna y las estrellas volvieron a iluminar las noches con su luz plateada.

Y mientras tanto ella dormía. Ajena a miles de variaciones solares y eclipses lunares, al frío y al calor, a las tormentas y los huracanes y los terremotos y los fuegos incontrolados, aún ahora respira con suavidad entre sus sábanas blancas.

Pero, ¡mirad!, está abriendo los ojos... ¿Estará despertando? ¿O acaso sigue soñando?

Ocho meses

Silencio. Un vaso que poco a poco se vacía, de manera apenas perceptible. El frío que siempre vuelve, exigiendo quedarse. Una flor que se pu...