Una noche más, te acuestas esperando disfrutar de un sueño reparador.
Te pones el pijama, te deslizas bajo las sábanas. Enciendes la pequeña lámpara para leer un rato. Abres el libro; ya llevas más de la mitad. Es una novela bastante mediocre, uno de esos best sellers de los que intentas huir y que tan bien escritos están, con esa prosa casi perfecta que mantiene un ritmo trepidante pero que, al final, no cuenta nada. Sabes que, cuando acabes de leerlo, probablemente lo cerrarás preguntándote qué mensaje quería enviar el escritor, si es que pretendía enviar algún mensaje. Los libros sin mensaje no te gustan. Y un libro no tiene mensaje cuando, tras leerlo, tienes que esforzarte por recordar qué narices pasaba en sus páginas. Por eso esta novela es mediocre, pero al menos te maniene entretenido un rato.
De repente una pequeña mosca pasa ante tus ojos. Apenas mide un milímetro, así que no estás seguro de que sea una mosca. Muchas veces has visto a estos bichos volar en grupo por encima de las copas de los árboles, en tardes de primavera y verano, con movimientos rápidos y enérgicos. Y sabes que de vez en cuando se cuelan en casa. Y van hacia la luz. Y ahora mismo tienes un bicho de esos volando alrededor de tu cabeza.
No te gustan los bichos. Moscas, mosquitos, hormigas y, ante todo, arañas y cucarachas. Así que cierras el libro y sales de la cama, mirando con atención a la luz, esperando pacientemente a ver la mosquita. Y cuando la ves, la cazas con las manos. Luego compruebas tu logro, y ahí está, el minúsculo cuerpo chafado contra tu piel. Te limpias y te vuelves a meter en la cama. Parecerá una tontería, pero te has estresado. Esperas a que poco a poco tu corazón se desacelere. Y sigues leyendo.
Lo malo es que ya van dos bichos hoy. El primero ha sido una araña en el baño, al lado de los cepillos de dientes. Y ahora la mosquita. Eres muy aprensivo para estas cosas; en cuanto ves un bicho empieza a picarte todo. La oreja, el antebrazo, el pie. Por eso intentas concentrarte en la lectura. Al cabo de diez minutos te das por vencido, cierras el libro, apagas la luz e intentas no pensar en bichos. Sólo quieres dormir.
De repente escuchas un sonido extraño. Parece que algo rasca en la pared de tu ventana. Crec, crec, crec. Tu mente busca rápidamente una explicación coherente y objetiva. No la encuentra. Te imaginas a una enorme araña subiendo por la pared, dirigiéndose a la ventana abierta, y luego bajando hasta el suelo para luego acercarse a tu cama. No, no, no. Eso es simplemente imposible. Una araña no haría ese sonido. Es más propio de una lagartija. O de varias de ellas. Lagartijas de grandes garras. ¿Tienen garras las lagartijas? No importa, porque abres los ojos en la oscuridad, y aunque sabes que no puedes ver nada, ahí están. Una tras otra, lagartijas de todos los colores se están colando en el dormitorio por la ventana abierta. Los colores son vivos, brillantes: rojos, verdes, azules, amarillos, naranjas. Las lagartijas no tienen ojos, pero mueven la cabeza de un lado a otro, como observando el entorno. Y se van metiendo debajo de tu cama. Crec, crec, crec. Tu corazón late rápido y has empezado a sudar. Cierras los ojos con fuerza y te tapas hasta la cabeza con un movimiento seco. Y entonces el sonido se detiene.
Dejas que pasen unos minutos, hasta que te destapas lentamente y respiras aliviado. No hay lagartijas. No hay mosquitas ni arañas ni garras ni colores brillantes. Y te sientes agotado. Sin apenas moverte y sin entender nada, cierras los ojos y, ahora sí, caes en un profundo sueño. Ojalá sea reparador.
Al día siguiente no recuerdas absolutamente nada. Sólo sabes que leíste un rato y que luego te dormiste, como siempre. Pero debajo de tu cama hay dos lagartijas muertas, que tu gato se encargará de hacer desaparecercon un crec, crec apenas perceptible, mientras tú estés duchándote. Y tu gato sonreirá satisfecho desde su sitio en el sofá mientras tú te subes al vagón de metro...
Pisadas que el tiempo y la lluvia barrerán
y pisotones que quedarán marcados con fuego para que jamás olvidemos.
viernes, 20 de mayo de 2011
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Yo también me estreso cuando un bicho me obliga a salir de la cama para que me deje leer tranquilo (y para que no me llene de picotazos mientras duermo) :-)
ResponderEliminarQue suerte tener las sábanas para taparnos y protegernos..... y de tener ese gato que hace desaparecer los miedos nocturnos....
¿Por cierto, fué reparador tu sueño? Espero que si!! ;-)
Un beso y dulces sueños Saya!!
Benditas sábanas a prueba de picotazos de mosquitos, y de balas y cuchillos también, ¿verdad? :D
ResponderEliminarAlgunos gatos sonríen como el Gatobus de Totoro... Y eso me inquieta.
Que las lagartijas no te visiten, Gybby, y que puedas dormir tranquilo.
Dulces sueños!
Los gatos siempre hacemos un gran servicio publico, aunque no seamos realmente reconocidos.
ResponderEliminarDulces sueños, para ti también, sin bichos claro.
¿Cuál es tu color favorito, Gatto Nero? Si veo una lagartija de ese color te aviso.
ResponderEliminarDulces sueños!
A mí me estresan los mosquitos en verano, normal, cuando en mitad de la nochere veraniega te empiezan a zumbar en el oido. Y te despiertan y te levantas con su sentencia ya dictada XD dónde te escondes? XD
ResponderEliminarDulces sueños...
Francisco, lo mejor son las sábanas anti-cuchillos y anti-balas. Pero uno se acaba muriendo de calor.
ResponderEliminarHay que prevenir! :D
Dulces sueños!
Have a SUPER week !
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