viernes, 24 de febrero de 2012

Metro

¿Nunca habéis olido a sangre en el ambiente?

Hay alguien que sí lo hace. Es un hombre, poco más de treinta años, alto, pelo largo y negro, ojos también negros. Va al gimnasio, o tal vez sólo lleva una bolsa con el nombre de un gimnasio al que nunca ha ido y al que nunca irá. Lleva un libro abierto en las manos, un clásico inglés del siglo diecinueve, pero no está leyendo; no puede concentrarse. Sentada a su derecha, una mujer: aproximadamente cincuenta años, seguramente ochenta kilos, indudablemente mucho dinero y poco civismo. A su izquierda, un chico de veinte años y unos sesenta kilos cabecea atrapado por una música con el volumen demasiado alto.

El vagón se pone en marcha. La mujer de su derecha se pone a toser e intenta incorporarse. El chico de su izquierda parece estar dormido. A la mujer le cuesta levantarse; el resto de personas del vagón la miran fijamente, preguntándose: ‘¿Lo conseguirá?’, pero nadie se mueve para  ayudarla. La mujer resopla desagradablemente y al fin consigue sujetarse a la barra vertical que tiene delante, gruñendo y golpeando a quien se encuentra a su paso. Arrastrando los pies hasta la puerta, impide el paso a un hombre muy mayor que necesita sentarse. El hombre mayor respira con dificultad, pero ya es demasiado tarde: una chica embarazada, de unos veinticinco años, ha logrado sentarse en el hueco que ha dejado antes la mujer. La gente de rostros grises sigue mirando sin ver; el hombre presiente una arcada. Cuando el vagón se detiene, una multitud gris empuja para salir mientras otra multitud gris lucha por entrar. En una de las puertas un hombre grita algo referente a la buena educación y a las prisas. Nadie le contesta.

El hombre cierra el libro, coge la bolsa del gimnasio con una mano, se levanta y se dirige al fondo del vagón, imaginando la caza por un asiento libre que se produce a sus espaldas. Alza su mirada al techo para no verla; sobre su cabeza, una luz blanca y aséptica que le daña los ojos se filtra a través de agresivas barras metálicas que parecen dientes preparados para morder. Nadie habla en el vagón. En otras ocasiones se encuentra con parejas que hablan de trabajo, de dinero, de los hijos, de las vacaciones. Conversaciones grises en un mundo gris para intentar alegrar el corazón de los pobres.

Pero en esta ocasión los pobres van solos. De hecho, el metro, ese gran paso adelante de la tecnología y la comodidad, se ha convertido en el medio de transporte de la clase obrera, de los fantasmas sin cadenas, de trajes de noche baratos y de mentes sin educación. O tal vez, piensa el tipo, lo estoy viendo todo demasiado gris... Son sus caras. Esas caras amargadas, cansadas, agobiadas, grises. Esas miradas tristes, enfadadas, serias.

El hombre se abre paso a trompicones hasta llegar a la puerta. Bajará en la siguiente parada. Se siente observado por esa multitud de ojos que no ven, de palabras que no se dicen, de alegría inexistente. Cuando el metro se detiene y se abren las puertas, los pasajeros lo miran con desdén, convenciéndose a sí mismos de que ellos son mucho mejores, más felices. Cuando las puertas se cierran, el hombre deja de ser una atracción y una molestia, y ya nadie piensa en él. Y él subirá las escaleras aguantando las arcadas hasta salir a la superficie, a ese exterior gris y sucio, y dará una amplia bocanada de aire, intentando relajarse y repitiéndose por enésima vez que es hora de acudir a un médico. Entonces el hombre empezará a caminar por las calles de una ciudad hueca en un día triste de lluvia, pensando...

Porque huele vuestra sangre, y apesta.

Escrito en abril de 2007.

4 comentarios:

  1. Ufff... creo que el metro es un paisaje desalentador para cualquiera.

    Cuando lo he leído me he acordado de esto http://vimeo.com/5178087 espero que te guste :)

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    1. Mi Camino, gracias por comentar, y por el vídeo, me ha encantado! Lo comparto ;)

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  2. Jummm.... interesante, la distopia no es real ya? Igualmente creo que ese hombre no es tan diferente de mi vecino cuando va hacia el metro, me pregunto y si...oh Dioses!!

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    1. Jordi, sí, cada vez noto esa distopía más real de lo que me gustaría, y me paso el día poniéndolo todo en duda. Quizá el hombre es un reflejo de todo lo que le rodea...
      Gracias por comentar :)

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