martes, 5 de abril de 2011

Dos tardes

Las clases terminaron a las cinco de la tarde, como cada día. Era primavera, de modo que quedaban todavía algunas horas de sol por delante. María recogía sus libros y los guardaba en su raída mochila, intentando olvidar que para el próximo examen tendría que recordar muchas cosas inútiles. Había quedado con Clara para volver a casa andando; tardarían aproximadamente tres cuartos de hora y aprovecharían para contarse todos los cotilleos del día.

La madre de María estaba nerviosa. Eran ya las siete de la tarde y su hija todavía no había vuelto. Angustiada, decidió llamar al novio de María por si sabía algo, pero parecía no haber nadie en casa; estaría trabajando en el bar. Llamó entonces al local y le pidió al muchacho que la ayudara a buscar a su hija. Y él, nervioso y disgustado, recorrió todo el camino hasta el colegio y volvió a casa sin resultado, para encontrar a María y Clara sentadas en un viejo banco del parque a dos calles de su casa. Hubo abrazos, un par de lágrimas y una pequeña reprimenda. María prometió no volver a hacerlo, o picar al interfono y avisar de dónde iba a estar, o llamar desde una cabina telefónica. Y todo quedó en un susto.

Hoy María tiene una hija, llamada Sonia. También sale de clase a las cinco de la tarde, como el resto de niños, pero no suele quedar con amigas. Se pasa el día conectada al ordenador o, en su defecto, al móvil. No suele usarlo para llamar; sólo escribe. "Es más seguro que hablar en voz alta, no quiero que nadie escuche lo que digo", le dice siempre Sonia. Y cuando sale, María le pide que la avise de dónde está. Sonia es muy reservada, o eso cree María, pero en el fondo es una buena chica. Si el plan cambia, manda un mensaje a su madre para que se quede tranquila.

Un día María llama a Sonia para preguntarle dónde ha dejado el cargador del portátil, pero Sonia no contesta. La angustia aparece en menos de diez segundos. María intenta calmarse: "No lo habrá oído". Espera un cuarto de hora y vuelve a llamar. No hay respuesta. Al cabo de una hora María ha hecho siete llamadas sin ningún resultado. En teoría su hija está en casa de una amiga. Es menor de edad, puede pasarle cualquier cosa. La mente de María imagina lo inimaginable. Piensa en llamar al móvil de la amiga de su hija, pero no lo tiene. Tampoco sabe las contraseñas del chat, mail y las redes sociales que usa Sonia. No sabe por dónde empezar. Con el móvil fuertemente agarrado, piensa en llamar a la policía. Y entonces éste vibra, y María contesta, y es su hija, que había salido a la terraza con su amiga y no había oído el móvil. Sonia pide disculpas por no haberlo llevado con ella, promete tener más cuidado la próxima vez, y ambas se mandan un frío beso. No hay abrazos ni lágrimas, y todo queda en un susto.

María ve claramente cómo ha cambiado el mundo, y mientras mira fijamente el móvil piensa que no tiene muy claro qué época prefiere. Lo único que sabe con certeza es que para una madre la sensación de angustia nunca cambia.

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