viernes, 18 de febrero de 2011

La ciudad robada

Me robaste la ciudad, ladrón de guante blanco y máscara casi perfecta. Me robaste la ciudad y me dejaste tirada en una cuneta de las afueras para que me confundiera con el asfalto en una tarde de lluvia. Me robaste la ciudad y ahora lucho con todas mis fuerzas por recuperarla, por volver a ella. Porque hubo un tiempo en el que yo compartí la ciudad contigo, mostrándote lugares que nunca habías imaginado, presentándote a gentes que de otra manera jamás habrías conocido. Y tú cogiste todo eso y lo guardaste en uno de tus oscuros y sucios cajones llenos de mentiras y secretos, y te lo quedaste para ti. Me robaste la ciudad, y ahora quiero que me la devuelvas.

Tengo un plan. Es un plan simple y tú ni siquiera estás presente en él. Más bien ése es el plan; que tú no te des cuenta de nada. Poco a poco, como las nubes que avanzan por el cielo para luego desaparecer silenciosamente, sin que nadie se haya fijado en ellas. Avanzaré como las dunas en el desierto y me moveré como las olas en la playa, de ese modo tan sutil y casi imperceptible que hace pensar que el mundo está quieto. Y recuperaré el terreno perdido, clavando una bandera en tu corazón de papel por cada territorio conquistado.

De hecho el proceso ya ha comenzado. Ha sido doloroso, no lo voy a negar. He vuelto a uno de esos sitios que me habían pertenecido y que más tarde me arrebataste. Un lugar donde los dragones y la magia se mezclan con los agujeros negros y el ciberespacio, estandarte de la subcultura y de las mentes únicas y diferentes, refugio de ideas extravagantes que difícilmente consiguen su sitio en la sociedad. Y he visto miles de historias diferentes, pero yo me quedo sólo con una de momento, recuperándola también, haciendo que vuelva a ser mía. Hacía tiempo que deseaba ver al neuromante, pero se había vuelto invisible para mí. Y cuando le he mirado a los ojos me ha sonreído y me ha dado la bienvenida a casa. Ahora el neuromante está de mi lado, y ya sabes lo poderoso que es.

Y luego ha llegado el atardecer, y el naranja del horizonte se reflejaba en la autopista que lleva a tu casa, y he vuelto a sentir dolor. Porque es un camino prohibido para mí y que no volveré a recorrer, y entonces aparecen el rencor y la rabia y la frustración y me empujan con la fuerza de un viento enfurecido, pero yo me inclino y camino con ahínco, sabiendo que el único modo de ganar ese territorio es viéndolo, una y otra vez, hasta que pierda todo significado para ganar uno nuevo, de mi única y exclusiva invención. Así que volveré a ese lugar una y otra vez, y poco a poco tu presencia irá disminuyendo hasta desaparecer. Y habré ganado otra batalla.

Me robaste la ciudad y me dejaste tirada en la cuneta, pero ahora me he levantado y estoy llena de rabia y de ganas de luchar. Muchas batallas tendré que librar y tú ni siquiera lo sabrás, pero el día de la batalla final, el día que nos encontremos, te darás cuenta. Y sé que bajarás la cabeza, aceptarás tu derrota y me pedirás perdón.

Porque la ciudad siempre fue mía, y jamás debí confiar en ti.

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